Lees y te vas | | Alejandra Pedroza Marchena

10.2.15

No se recuerda, pero se siente

Por estas fechas se cumplen cuatro años de que nos subimos a un avión y llegamos a Grecia. Me gustaría tener bien grabado a qué sonaba el idioma en el metro, a qué olían las calles o a qué sabía el gyro del puesto de la esquina. Pero la memoria es ingrata. Recuerdo, apenas, que apretábamos el paso en el camino de regreso al hostal escondido entre prostíbulos; que en las noches salíamos en busca de cerveza barata y la encontrábamos en bares decorados -nunca supe por qué- con payasos pegados en la pared; que me regañaron unos soldados por imitar su saludo; que me regresé con un euro en la bolsa y tuve que pedir para subirme al camión. No me acuerdo, pues, del nombre de cada vestigio arquelógico que pise, cada escultura que toqué o cada documento de la esplendorosa civilización griega que vi.

4.11.12

La chiqui chiqui baby




La única manera que encontramos para el acomodo fue Fermín de copiloto. Gaby, Vero y Tino sentados en la fila de atrás y yo acostada sobre ellos.

Los ride, rai o aventones casi siempre sirven para pensar, más cuando nos suben en la caja de las camionetas donde el viento y los ruidos de viajes en carretera no nos dejan platicar.

Cuando me tocan transportes con amplitud aprovecho para acostarme y dormitar un poco.



Lo intenté está ocasión, pero en vez de lograr sueño obtuve pellizcos, de esos que dan risa y que se hacen en complicidad para decir un "escucha, mira" sin hablar...


Nunca alcancé a ver lo que decían los ojos de aquel hombre que conducía. Nos platicaba con tanta gracia de todos los carros que habían resultado pérdida total por sus varios choques. Sus lentes Ray ban de los 80 volteban hacia nosotros en la fila de atrás y ahí se quedaban por medio minuto o más. Por allá sus manos con un celular entre los dedos atendían el camino y el volante, como si sus palmas tuvieran ojos..



Los lentes voltearon nuevamente para platicarnos que su viaje a Guadalajara era para sacar su pasaporte. El señor hizo una parada y cuando volvió traía bebidas refrescantes para los jóvenes raiteros. En una de sus tantas llamadas a celular se escuchó:

-Qué cree compadre, que me detuvieron los trámites del pasaporte
Sí cómo ve... Pues quien sabe eh, yo creo que fue por las órdenes de aprehensión que traigo..

Acá en la fila de atrás los pellizcos y gestos entre nosotros no se hicieron esperar.


El señor seguía platicando de sus problemas legales. Rebasaba a cualquier carro que se le atravesara y mandaba mensajes al tiempo que metía las velocidades...

Nosotros un tanto serios, alerta por si corríamos algún peligro pasábamos saliva lentamente y nos decíamos con la mirada...

Los pellizcos y el peligro se olvidaron cuando de su estéreo comenzó a sonar ....




"se arregla como artista

y usa hasta alfombra roja

llego la chiqui baby
olorosa olorosa
perfume de paris

italiana su bolsa


la chiqui chiqui baby
la chiqui chiqui rrirris
la chiqui chiqui baby
es atractiva

por donde le mires "


Ya entonces pasamos de la preocupación a la cantada y yo, no pude parar de reír. Existe una chiquibaby la más guapa del barrio y los Tucanes de Tijuana le rinden una canción. A esto, yo le llamo México.

Seguí riendo y una vez que terminó la canción, el hombre de los ray ban la repitió, no mas por complacer a sus acompañantes. Yo encima de otros, ya no pude dormir.

Llegamos a Guadalajara y el señor nos llevó hasta el centro. Se había cancelado su trámite y por tanto, no tenía otra cosa qué hacer en la ciudad. Nos insistió con una invitación a comer y luego de tres negaciones paró el carro apretó un botón y sacó el cd.



Me regaló el disco de los Tucanes de Tijuana.




se reía de mi risa por la Chiquibaby, pero atrás de esos lentes yo alcancé a ver que el hombre pensaba que en realidad me gustaba la agrupación.

Lo acepté con gratitud y lo guardé en mi agenda.

Al disco ya no lo volví a ver.

Así hay personas de las que uno nunca se olvida. En los rais siempre conozco de esas.

Lo que mis ojos mexicanos retrataron de la Alemania de unas horas


Frankfurt, Junio del 2006.





El avión de poco en poco descendía. Una siente cuando las llantas ya tocaron piso. Y no sólo por las vibraciones en el trasero, se siente arriba de la vagina, un arrebato, un piquetito, acompañado de unas distraídas ganas de hacer pipí. Como en las carreteras que a gran velocidad, el carro sube y baja repentinamente.

Estábamos en alguna sala del aeropuerto. En la fila que nos indicaba "usted es extranjero y ha llegado a Alemania". Agradecí por recordármelo. Pasos lentos en la fila, era yo con mi pasaporte que enseñaba mis 15 años y Ramón con un par más.


Recién estirábamos los pies después de un vuelo de 13 horas donde por primera vez probé cervezas internacionales. Luego de mirar a personas de piel roja, negra, blanca y amarilla y hombres con turbante y barba larga, mujeres con vestiduras que apenas y la irirs de sus ojos se podía mirar; yo sólo atiné a decir: "Esto es como en la tele".


En unas máquinas raras compramos boletos para el metro. Éramos unos 13 mexicanos en el grupo y teníamos una tarde por delante, en Alemania 2006, en lo que venía siendo el mundial.



El centro de la ciudad es muy paseable. O lo fue ese día, ese momento que estuve ahí. Las personas vestían las playeras del color que distinguía a su nación. La cerveza en la esquina, en la plaza pública y en el bar, jóvenes y viejos se las disfrutaban aquel día nublado, desde sus tarros grandes y helados, donde se reflejaba el cielo.

Ramón y yo éramos unos pequeñitos en un mundote, en el viejo mundo. Teníamos ganas de mordisquearlo. Los devorados fuimos nosotros.

Comenzamos a caminar. Nuestras caras se iban de un lado para otro y no se nos ocurrió mirar al frente, nuestro rumbo.

"Ah no mames, va al trabajo en bicicleta", me dijo Ramón. Al voltear vi a un hombre adulto, de traje y corbata con un mletín sobre sus dos ruedas. Nos sorprendimos los dos. Una, las bicicletas aún no agarraban tanto auge de modernidad en estas tierras; dos, menos para ir a trabajar con todo y saco y maletín. Ese hombre no fue el último.

"Aquí sí piensan" me dije. Fue la primer señal ideológica de primer mundo que encontré en ese lugar. Imposible dejar de comparar a mi país. Vamos, es la referencia que llevo intrínseca por excelencia, el lugar donde crecí.

Seguimos caminando. Mirar a un lado era encontrar edificios de gran tamaño y adornos detallados por doquier, en buen estado, con ventanas grandes y balcones. Mirar a otro era para topar la sombra de algún rascacielos de ventanas cristalinas dónde el reflejo del humano era como un punto del color de su playera futbolera.


En nuestro camino se atravesó un olor a quemado. Unos pasos más y unos jóvenes venían por la misma acera en dirección a encontrarnos. Con nuestra cara de sorprendidos por estar pisando tierras alemanas los vimos fijamente con sonrisa de "no soy de aquí y estoy dispuesto (a) a hacer amigos extranjeros". Me imagino fueron nuestros dientes que enseñaban inseguridad, a lo que ese grupo de jóvenes (sí muchachas, sí son como en las películas: altos y güeros), se llevaban un limón a la boca, inhalaban, lo trataban de mantener en sus pulmones el mayor tiempo posible y mientras exhalaban nos gritaban cosas, con enojo y seguramente ganas de desahogar alguna dificultad existencial. A mi oído era algo así como:
"ratzinbug yoitrumberguer".

Y con el miedito entre las piernas y su permiso, adelantamos el paso. Volteábamos discretamente para atrás "no nos vayan a puetar". Cuando los perdimos a ellos, nos dimos cuenta que también los perdidos éramos nosotros. Caminando en lo desconocido, olvidamos ver por dónde habían ido nuestros pasos o tratar de leer nombres de calles. "¿Dónde vergas estamos?" .


Dos adolescentes mexicanos perdidos en Frankfurt. En ese ratito se sentía una saciedad de haber visto ya tantos edificios europeos. Las ganas eran de saber dónde estábamos, y cómo volver, de no perder a nuestros compañeros, ni nuestro vuelo siguiente.

Intentamos aplicar esa táctica de volver por donde habíamos ido. Recuerdo que las calles no eran simétricas, si caminábamos por algún lugar, salíamos a otro desconocido que no era por dónde habíamos pasado.

En una de esas ocasiones de cara esperanzada donde caminamos tratando de encontrar lugares conocidos, el semblante nos cambió. No precisamente por reconocer lugares.



Sobre la esquina, a nuestro paso se alcanzó a ver una mujer con un brazo estirado y con otro, apuntando una jeringa. La clavó.

Ramón, con su gusto diario y en demasía por las drogas, respondió a lo que sus ojos vieron: "Ah no mames qué perro... en la calle".

No me asusté. Tampoco me causó gracia.


Nos encontramos. En las escaleras del metro se nos terminó el día.



Se fue la Alemania donde el libertinaje entra en la cotidianidad y llegó ese cambio de visión que se obliga con los viajes.
La risa por lo desconocido y la tolerancia por lo diferente.



Vino la noche y con ella un vuelo a Turquía.



TRANS





I
Suspira fuertemente al tiempo que seca sus escasas lágrimas. Comienza su rutina, hace tocar el último disco que le prestaron, canta y canta para evitar el silencio, queriendo sentir que la música es compañía. Sale del baño y descuidadamente seca su cuerpo. Se mira con recelo frente al espejo, duda de su reflejo y sin embargo, disfruta el aspecto de su pecho, pellizca los excesos de grasa bajo su ombligo, hurga entre sus piernas y no encuentra placer.

II
Cruza la avenida, sus labios incapaces de pronunciar palabra alguna y su mente irónica no deja de platicarle. Qué ansiedad. Entra a la universidad, y antes de cualquier actividad académica, se dirige a la biblioteca. Con cautela toma una computadora, gira su cabeza, con mirada suspicaz, intentando esconder una culpa. Habilidosamente teclea su contraseña, la página Web se carga lentamente, algunos profesores se acercan. La incertidumbre le hace temblar. Se abre su bandeja de entrada: un correo nuevo. De él, del desconocido, de su peculiar amigo virtual. Cierra las ventanas del monitor y prosigue atendiendo sus tareas, con una ancha sonrisa de satisfacción, como de quien recibe una esperada carta, como de quien desobedientemente revisa su correo electrónico en un ordenador destinado sólo a la búsqueda de libros.

II
De nuevo el pensamiento y sus paradojas. La lucha constante por no perder la atención al discurso del mentor que desfila sobre los pasillos del aula, y su mente se ocupándose en otras entes: el desconocido y todo lo que él le provoca sentir. De pronto sus añoranzas de una compañía, toman forma, son las tipografías que su pantalla le deja ver cuando él le escribe. Inexplicablemente, le interesa, se entretiene al leer lo que le comparte de vida, y sin pensar, lo hace parte de la suya.

III
Viernes en la noche y escucha su voz por primera vez, el aparato telefónico no permite indagar más allá. Faltan unos cuantos minutos para su encuentro en persona, no sabe qué pensar. Desde la banqueta mira como se acerca, pasmado al saber que las letras virtuales esa noche se vuelven carne y hueso, se vuelven hombre.

IV
Es inevitable, no puede esconder sus delatantes risas al estar junto de él. Su timidez lo obliga a tragarse las ganas de mirarlo constantemente, de calcular sus movimientos. Frente a él, y las palabras no hacen falta. Son dos hombres que desafían al conservadurismo y sus cánones, se vuelven entonces uno mismo, deciden comenzar días juntos.

V
Centenares de horas compartidas, nada parece tedioso. Se siente seguro: él es la presencia por la que había esperado. Pensar deja de ser indispensable, sentir es ahora lo prescindible y todo sucede indeliberadamente. Reconoce las nostalgias de el ahora conocido y las adopta como propias, recorre su esencia, descubre su autenticidad, goza su espontaneidad. Sin buscar explicaciones, encuentra sentimientos. Se toma el atrevimiento contra sí mismo, de amarlo.

VI
Y las percepciones cambian, y la vida misma.